Estación Surafi
El tren del despertar se detiene en la estación Surafi.
Me abrazo a las cosas que llevo y se abren las puertas. La luz del sol brillando en lo alto me invita a detenerme a disfrutar del paisaje. Un amplio campo en contraluz. Pájaros que cantan canciones conocidas y un misterioso silencio que aparece de repente y me lleva a lugares poco explorados. Miedo y adrenalina. Es un paisaje lleno de detalles para observar, plantas nuevas que me llaman la atención y arboles con cuevas oscuras que atraen y asustan.
Camino lento por el anden y observo mis pasos sobre la línea amarilla prohibida. No se el camino de salida, pero confío en que voy en esa dirección.
El paisaje se acerca y me entusiasma. Es la adrenalina agregándose a mi sangre que acelera el pulso. Transpiro. Juego haciendo girar compulsivamente el anillo de mi mano izquierda. Miro sin mirar mientras avanzo cortando el espacio. Soy consciente que el tiempo me acompaña, o acompaña al espacio que estoy cortando. Cuanto mas avanzo, mas avanza. Cuanto mas lento mis pasos, mas despacio pasa. Cuando quiero correr, siento que estoy en otra época.
El paisaje se acerca y ahora la ansiedad me recorre. Quiero ya salir, hundirme entre la hierba sin rumbo, quiero ya tocar todas las flores y todos los tallos, quiero ya invadir ese espacio como si fuera propio, quiero ya que me invada como si no fuera ajena.
Algo de familiar y algo de exótico son los polos de la atracción.
Escalón por escalón avanzo hacia abajo. La calle se me presenta y todo ahora es de mi tamaño. Toda yo soy de su tamaño.
El sol brilla en lo alto y quema. No alcanza con desvestirme. No alcanza con verme desnuda ante la inmensidad de ese paisaje amenazante. Aun así ese fuego quema sin piedad sobre mi piel y deja marcas que ya percibo. El dolor de las quemaduras hace achinar mis ojos, hace contraer mi cuerpo, hace tensionar mi abdomen y toda la electricidad que produce mi energía se potencia. Ese dolor me contrae y achica. Quiero protegerme de ese fuego que me quema, quiero que el sol me pegue menos, fantaseo con hacerme un bollo entre la hierba y que mi espalda desnuda me proteja. No noto que aun mi espalda es parte de mi cuerpo, ella no me protegerá del dolor.
Es en el mas profundo sufrimiento del cuerpo, es en la tensión física, es en la metáfora del dolor donde uno se encuentra. No hay placer que distraiga, no hay ligereza de espíritu, no corre el viento. Cierro los ojos y mi estomago se contrae nuevamente. Cuanto mas fuerte lo contraigo mas electricidad produce. Me elevo lentamente en un trance entre profundo dolor, falta de respiro y placer orgásmico. Me agito, me acelero, lanzo gemidos de dolor y de placer y de respiro. El paisaje me envuelve como sabiendo de mi sufrir, pero aun así inmóvil, estático, expectante, indiferente.
Ahí en mi espacio reducido recuerdo del paso del tiempo y del ciclo del día. Pienso en la noche y me asusto. La oscuridad que se avecina me intimida y el temor me recorre la espalda hirviendo.
Contraigo nuevamente mi estomago y achino los ojos ante otro latigazo del sol furioso. Siento que voy a vomitar, o a llorar, o a morir. Grito furiosa y el paisaje me devuelve un eco envolvente y desolador. Es la verdadera soledad la que me rodea, aun estando entre la hierba, aun sintiendo el fuego del sol, aun la leve brisa y aun observando los viejos arboles a lo lejos y sus cuevas misteriosas. La inmensa soledad se presenta ante mi expectante. Me angustia no saber cual es mi función y como debería reaccionar. Estoy sufriendo y el resistir el dolor no me permite pensar.
Se presentan ante mi, flashes en este trip, pequeñas gotas de agradecimiento por el aprendizaje. Salgo de mi cuerpo y volteo hacia mi. Me veo como dentro de un gran horno, de una enorme fogata, cocinándome, curtiéndome, moviéndome entre las chispas de fuego, muriendo y renaciendo, transformándome.
Me atraviesa la electricidad nuevamente y mi cuerpo se expande. Abro los ojos chinos y siento el fuego en mi espalda reduciendo y la brisa soplando mas fresca. La transición ha comenzado y yo sin percatarme. La noche amenaza a lo lejos y los pájaros silban alterados.
Me vuelvo a contraer, pero esta vez de frio. Sigo desnuda e intento moverme en el espacio mientras que el tiempo ya es otro y cambia su velocidad. Cuanto mas corro, mas rápidamente oscurece y mas grande es el miedo.
De lejos un árbol me llama, entiendo que solo entrando en esa cueva oscura podre protegerme de la cruda y fría noche. Corro y me agito, me duele el pecho y la garganta. Una voz en mi cabeza me trae el recuerdo que nunca te pregunte si hablabas con voces en tu cabeza. Intento distraerme en mis pensamientos del esfuerzo físico y el cansancio. El árbol esta cada vez mas cerca y la noche cada vez mas presente.
Llego a vos, toco el árbol y mi mano se mueve con su tronco. Lo rodeo y encuentro la entrada a la cueva. Me detengo.
Si entro será mi fin.
O mi comienzo.
O algo que no me permita volver nunca mas a la que fui antes de entrar.
A la que soy ahora, mientras pienso en el umbral.